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9 enero 2013

la ciudad y los dÍas

El tren, esa metáfora

El ferrocarril conectó Oviedo y Asturias con el resto del mundo

ESTEBAN GRECIET Puesto a cero el contador de los días y comido el roscón, nos queda la resaca y una cuesta que se promete más allá de enero en la que pierde velocidad aquel imaginario tren que nuestro Campoamor hizo paradigma del movimiento perpetuo:

 

«-¡Alto el tren! / -Parar no puede. / -¿Ese tren adónde va? / -Caminando por el mundo en busca de un ideal. / -¿Cómo se llama? / -Progreso. / -¿Quién va en él? / -La Humanidad. / -¿Quién lo dirige? / -Dios mismo. / -¿Cuándo parará? / -¡Jamás!».


De vivir ahora, el bueno de don Ramón tendría que someter a revisión no sólo su concepto del progresismo, sino también el nombre del maquinista. Como digo, la marcha del alegórico tren se nos ha ralentizado y está a punto de meter la marcha atrás.


El tren ha sido y es un socorrido motivo literario y una expresiva metáfora del tiempo. Mas convengamos en que ya no es lo que era, aquel artilugio romántico que enseguida rodeaba nuestra ciudad con un cinturón de hierro y anunciaba su presencia desde la lejanía con poderosos silbidos de vapor.


Ahora que Renfe absorbe las compañías de vía estrecha, es momento de valorar lo que Oviedo le debe al ferrocarril. Fue ésta una ciudad ferroviaria que contaba con la estación llamada del Norte, del tren convencional, y otras dos de vía estrecha: Económicos y el Vasco, esta última -una joya arquitectónica, con sus reclamos de cerámica y su estilo «belle époque»- derribada durante la Alcaldía de Antonio Masip, un verdadero pecado patrimonial del que aún se estará arrepintiendo, y con razón.


Si algún lugar del mundo tendría que levantar un monumento al tren, ése sería Oviedo donde, durante más de un siglo, desde los mismos albores del ferrocarril, conectó la ciudad y su región con el resto de España y del mundo. El agro, la mina, el mar, la industria, la banca, los servicios, la cultura, la Universidad, el comercio, el turismo despertaron de su siesta clariniana y secular.


La rapidez de aquellos trenes de madera merecía comentarios y aún versos de la prensa de entonces: «Es tal la velocidad que alcanza el ferrocarril / que en cosa de veinte horas llega de Oviedo a Madrid»? Exageraban: eran veinticuatro. Cumplida su misión, el cinturón de hierro que empezaba a sofocar el centro urbano, fue levantado.


Hoy la realidad es otra, una sociedad menos minera, industrial y campesina. Prima la rapidez, pero en Asturias el AVE está en el aire, como su propio nombre indica. Dicen los expertos que, dado nuestro estrecho territorio, bastaría una parada: ¿Oviedo? ¿Gijón? Tengamos en cuenta que este tren necesita dieciocho kilómetros para alcanzar su velocidad de crucero y cinco para frenar.


¿Por qué tanta prisa?


Nota al margen.- Queda confirmada la «limpieza» definitiva de la estatua de Teijeiro, pronosticada aquí mismo la semana pasada. Queramos o no, el hecho responde a lo votado por mayoría en la comisión gabinense cuyo dictamen no era imperativo. Lo correcto hubiera sido declararlo así y no enmascarar la retirada de modo vergonzante. Será porque se conservan los nombres del bando contrario.

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