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8 octubre 2013

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Vivir en una estación de tren

7 de octubre de 2013 Román Soloviov, para Rusia Hoy

Vivir en una estación de tren En Moscú hay entre 10.000 y 15.000 personas que carecen de hogar. ¿Es posible que los sintecho vuelvan a integrarse socialmente? Fuente: Alexéi Kudenko / Ria Novosti

El mayor incremento del número de sintecho en Rusia se produjo durante los años 90. Los cambios que tuvieron lugar en el país hicieron que centenares de miles de ciudadanos quedaran en la calle. Hoy en día la situación económica ha mejorado pero, según calculan los sociólogos, continúa habiendo entre 1,5 y 3 millones de personas viviendo en la indigencia en Rusia. Los expertos señalan que es posible reintegrar a un hombre en la sociedad solo en caso de que haya estado poco tiempo en la calle.

Yuri es una de esas personas para quienes la vida callejera empezó hace 15 años. Ahora tiene 45 años y pasó su primera noche en la calle a los 29. Vivía en casa de sus padres en Moscú y trabajaba de dependiente en una tienda. Pero tras la muerte de estos su hermana vendió el piso y lo echó de casa.

“A mi me tocó una parte muy pequeña y le monté un escándalo. Nos peleamos e incluso le llegué a decir que la mataría... pero después pensé... que se vaya al carajo, ya me las arreglaré yo solo. Tenía algún dinerillo ahorrado, así que alquilé una habitación y empecé a vivir por mi cuenta”, explica Yuri.

Pero el fallecimiento de sus padres, la riña con su hermana y las nuevas condiciones de vida le dejaron tocado, y a partir de ahí empezó con el alcohol, las deudas y las peleas con los amigos. Llegó hasta el punto de no tener con qué pagar el alquiler del piso y fue entonces cuando tuvo que pasar su primera noche en un rellano. Fue a finales de los 90.

Actualmente Yuri duerme en la estación de Kursk de Moscú y durante el día va a pedir limosna a la entrada de una iglesia. Según él, le da suficiente como para vivir, una media de 500-800 rublos (unos 12-18 euros) al día. Se relaciona básicamente con sintecho como él. Se reúnen a menudo, compran juntos comida y alcohol, y buscan un sitio para pasar la noche. Yuri se ha acostumbrado a hacer vida en la calle y dice que difícilmente sabría volver a una vida normal.

“No es ningún cuento de hadas: a menudo nos echan de las estaciones, no nos queda más remedio que dormir entre los escombros y aun así estar muy alerta, porque a menudo corren por ahí inmigrantes que te sacan el dinero. Pero yo todos los días voy a hacer mis plegarias y creo en que Dios Nuestro Señor me protegerá. Igualmente no tengo adónde ir, así que...que pase lo que quiera Dios que pase.

Svetlana es una mujer de unos 50 años, que viste un abrigo sintético gastado y unas deportivas viejas. Nos explica que vino de Ucrania a Moscú en busca de trabajo, dado que le habían ofrecido uno:

“Soy de Voznesensk, en Ucrania. Antes trabajaba en una fábrica de quesos, pero pagaban muy mal, así que decidí intentar buscar algo más. Encontré un sitio en Moscú, a través de unos conocidos, me dijeron que buscaban costureras y yo precisamente tengo muy buenas manos cosiendo. Pensé, por qué no, sea como sea siempre será mejor que quedarse aquí y morirse de hambre”.

Para Svetlana todo ocurrió de tal modo que a su llegada a Moscú no le salió el trabajo y además fue a parar a manos de unos gitanos que la retenían contra su voluntad y le obligaban a pedir limosna en el metro. Por suerte, Svetlana logró huir, pero después de esto no quiso volver a su país.

“En Voznesensk dejé a un hijo, pero bebe mucho. Y mi marido está muerto - explica Svetlana.- Ahí no hay modo de ganar dinero. Aquí en Moscú, aunque no tenga un techo, por lo menos encuentro el modo de comer y de vestirme. Si te pasas todo el día en la puerta de la iglesia puedes ganar unos 500 rublos, y normalmente tienes para un poco de pan, leche y alcohol”.

Hoy pasará la noche en un patio de la ciudad, como tantos hay, y lo compartirá con otros dos indigentes. Se lleva bien con todos los vagabundos del barrio, porque son los únicos que le comprenden de verdad: “Somos como una gran familia y nos ayudamos los unos a los otros a sobrevivir”.

Svetlana dice que estaría de acuerdo en hacer cualquier trabajo remunerado que le ofrecieran. El problema está en que no tiene papeles, se los robaron todos cuando llegó. El único modo de volver a tener una vida normal es regresar a Ucrania, pero eso ella ni siquiera se lo plantea.

A Svetlana no le gusta pensar en qué le depara el futuro. Para ella existe solamente el aquí y ahora, aunque a veces piensa en el frío: sobrevivir a este invierno es su principal preocupación. 

Las ayudas sociales: problemas y logros

Según varias fuentes, en las calles de Moscú viven entre 10.000 y 15.000 personas. Además, esta cifra no tiende a bajar. Según Elena Kovalenko, directora de los proyectos de la Fundación “Instituto de Economía, los principales problemas en la lucha contra la indigencia son, por un lado, la ineficacia de las políticas sociales y, por otro, la psicología de los mismos indigentes:

“La indigencia no es algo que suceda en un momento determinado sino que más bien se trata, por norma general, de un proceso gradual de acumulación de problemas que van minando la capacidad de la persona para hacerles frente. Pongamos por caso una persona que lleva muchos años sin los papeles en regla y que, de golpe, sufre un accidente que merma su salud. Debido a esto puede llegar a perder el trabajo y quedarse sin dinero para pagar el alquiler. Tanto el tipo de gente que se encuentra en esta situación como los caminos que les han llevado a ella pueden ser muy distintos, pero a todos se les llama automáticamente indigentes”, señala la experta.

“El servicio estatal no se dedica a hacer campañas de prevención y el trabajo social se complica por culpa de las barreras impuestas por la burocracia, el bajo nivel organizativo entre los distintos servicios, la falta de desarrollo de las redes institucionales especializadas en este trabajo, etc. Los servicios sociales están dirigidos a personas más o menos integradas y aquellos que hace poco que están en la calle, en parte o no saben nada de estos servicios o tienen de ellos una idea equivocada”.  

La moscovita Valentina Surkova está segura de que es posible ayudar a la gente, lo importante es querer hacerlo. Se dedica con todas sus fuerzas y pensión. Va por las estaciones repartiendo invitaciones para comer gratis en su casa. “Una persona volverá a la vida normal si consigues ayudarla durante los cuatro primeros días que se encuentra en la calle - dice Valentina.- Voy expresamente por las estaciones en búsqueda de esta gente, son fáciles de reconocer entre los indigentes veteranos por su mirada perdida.

A continuación les ayudo a formalizar su documentación y les compro un billete para que vayan a casa de algún pariente suyo. Los vagabundos de la estación de Kazán me llaman Madre Valentina. Surkova dice que la gente siempre puede dar algo a los demás. Empezando por comida y terminando por electrodomésticos viejos”. 

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